Había una vez un perro que no sabía ladrar. No ladraba, no maullaba, no mugía, no relinchaba, no sabía decir nada. Era un perrillo solitario, a saber como había caído en una región sin perros. Por él no se habría dado cuenta de que le faltara algo. Los otros eran los que se lo hacían notar. Le decían:
- ¿Pero tú no ladras? [...]
Se encontró con un campesino.
-¿Dónde vas tan deprisa?
-Ni siquiera yo lo sé.
-Entonces ven a mi casa. Precisamente necesito un perro que me guarde el gallinero.
-Por mí iría, pero se lo advierto: no sé ladrar.
-Mejor. Los perros que ladran hacen huir a los ladrones. En cambio a ti no te oirán, se acercarán y podrás morderles, así tendrán el castigo que se merecen.